Tú nada más

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En lo desconocido siempre estuvo el misterio, en el misterio la intriga de seguir, de vivir, de sentir y, en ello, un mecanismo de protección que se vio afectado, modificado y asombrosamente transformado por esas ganas de continuar, por esa insaciable necesidad de creer que la vida aún tiene algo más que dar que, para amar hay que perdonar, que el fin puede curar y regalar la posibilidad de avanzar y que las respuestas a esas grandes preguntas las posees tú, nada más.

Al carajo la edad, al carajo las expectativas, al carajo lo que pensaran los demás. La quería en su mundo, por siempre y eternamente, a su lado, iluminando su existir, disfrutando de lo que ambos sentían, de la potencia que emanaban al estar juntos, de lo que eran cuando sus miradas se conectaban.

Me gusta cuando sonríes y yo soy la causa, me hace sentir afortunada de tenerte a mi lado.

Ve, sin más, una luz tenue a lo lejos, la posibilidad de cambiar su futuro, su presente, su existencia.

El fin es inevitable… Y lo inevitable es parte de la vida.

Yo estaré a tu lado, tú junto a mí, todo irá perfecto. ¿De acuerdo?

-¡Mierda! Es que te amo con cada neurona, con cada célula, con cada pensamiento cuerdo y loco, y con cada parte de este jodido cuerpo que no sabe ni quiere vivir sin ti…


Siempre, desde ese instante fuiste tú, nada más, y no lograba hilar un pensamiento con coherencia, menos sin tu presencia

Escalar y escalar sin detenerse en ese momento tuvo sentido, la cima estaba ahí, bajo sus pies, y ambos ya estaban disfrutando de jamás retroceder, de no rendirse, de seguir, luchar y decidir avanzar pese a que dolió, a lo que implicó, pese a que todo a su alrededor en algún momento se extinguió y la luz era un sueño enterrado en los sentimientos de la aflición pues comprendieron que vivir era una decisión.

Tú nada más, Ana Coello